domingo, 11 de enero de 2009

El violinista



Mientras ella caminaba errante por la plaza…sentía el frío que se siente cuando tienes la necesidad del café de las cuatro, o de las seis, o de las ocho, o de las doce…
Sentía, la necesidad de correr, para sentir en calor en los tobillos, la última nota de su canción favorita, o el simple pálpito de su corazón…

Últimamente, le gustaba perderse solitaria por los adoquines de la plaza, comiendo patatas, o simplemente parándose cada dos por tres en el escaparate de enfrente mientras se ataba los cordones de sus zapatillas horteras…
Sentía esa necesidad de respirar aire puro los domingos, y esa necesidad de volar sobre el aire frío, que siempre es menos denso, las tardes en las que la bata de guatiné y el café mal hervido se apoderaban de ella…

Aquella tarde, sintió la necesidad de volar hasta la plaza teñida de rojo, o sentarse a esperar en aquel banco que juntos habían mirado tantas veces sin decir nada…
Comprendió en ese mismo momento, que quedarse dormida en los brazos del violinista aquella noche, no había sido un error, y que necesitaba de sus sinfónicas pequeñas notas para bailarle a la rutina cada día…
A ella, y a su vestido de fruta escarchada, le gustaba bailar vals con su padre, comer cerezas con su hermana, beber cerveza con sus primos, y acompañar a su amigo del alma a por una chaqueta que no le valiera a la dama de hierro…
A ella le gustaba todo eso, y mucho más…

Le gustaba perderse por los charcos helados de la plaza los 24 de diciembre…y navegar entre la bruma, sin saber que el último cálido beso de la noche, despertaría la nevada más grande de los últimos 50 años…
Ella no sabía nada, ni sabía que iba a volver a flotar entre las vetas de madera del magnífico Stradivarius, ni a tararear canciones viejas por las franjas del parquet del pasillo de su casa…
Tampoco conocía las estrofas del último eslabón de Para Elisa de Beethoven, ni si Billy consiguió ser un héroe…o no…
Pero lo que sí sabía a ciencia acierta era que, mientras las hojas de los olmos se helaban, a ella se le calentaba la sonrisa perdiéndose en luceros negros, y que se le enfriaba la nariz…si con ello conseguía que las manos del violinista alborotaran sus pecas en clave de Sol aunque fuera en dos pequeños tiempos…

Le gustaba cantar por las mañanas…y frente al espejo, y le gustaba beber café descalza…por la casa…y acariciar a su perro...

Le gustaba todo si tenía ése acento, le gustaba si se movía en pentagramas de formas armoniosas, y pensamientos blancos…

Incluso le gustaban los silencios…

Le gustaba todo…

Y la luz que desprendía el reloj de la Plaza cuando lo miraba desesperada desde su nuca…

Y dormir entre sábanas blancas, y cojines enredados…

Y perderse dormida por las calles…

Y soñar como lo hacen los gatos…

Y todo más, si las nanas salían de sus manos mientras él acariciaba el violín de Sherezade















A el violinista...
...nunca dejes de tocar...